Introducción
En Egipto se han excavado varias “estelas” – o bloques de piedra – que proclaman el poder, la fuerza y destreza de los faraones que reinaron como supuestos descendientes del dios Sol.
Evidentemente Amenofis II, que reinó en el 1447 a.C., le gustaba mucho mandar a hacer este tipo de publicidad que alababa su habilidad como sobrehumano, porque muchas de estas estelas se han encontrado.
Una de estas dice:
No había nadie como él en su numeroso ejército. No había quien pudiera tensar su arco como él. Nadie podía correr tan rápido como él. Cuando tomaba el remo, remaba en la popa de su barco tan rápido como 200 hombres. Venció a todos los pueblos extranjeros, fueran personas o caballos. Furioso como una pantera cuando pisaba el campo de batalla, no había nadie que pudiera luchar contra él y vencer, aunque vinieran millones de hombres en su contra.[i]
Unos 350 años más tarde, otro rey de una región vecina escribió lo siguiente sobre sí mismo: «Yo soy el rey del mundo, el rey de los cuatro puntos cardinales, el héroe valiente que derrotó a todos sus enemigos; yo soy el rey del mundo».[ii]
¿Ya mencioné que soy el rey del mundo?
¿Puede imaginarse cómo sería su perfil de Facebook si viviera hoy? Rey del mundo. Y su cuenta de Instagram: «Soy el dueño del mundo».
La verdad, es que durante unos años estos hombres fueron los reyes de la montaña. Lo tenían todo. El mundo era su patio de recreo y su oficina, todo en uno. Eran los campeones indiscutibles del mundo.
Trescientos años más tarde, otro rey llega y se sienta en la cima del mundo. De hecho, el faraón de Egipto, junto con todos los demás reinos desde la India hasta Etiopía, le pagaban tributos anuales en oro macizo. No sólo estaba en la cima del mundo militar y económico, sino también en lo intelectual.
De hecho, en sus crónicas dedica un espacio para redactar su perfil. Y debido a que el Espíritu de Dios estaba detrás de escena inspirando este éxito de ventas, hoy lo encontramos en nuestras Biblias. Retomemos nuestro estudio del libro de Eclesiastés en el capítulo 1.
Repaso
En nuestro último estudio, vimos que Salomón se describe a sí mismo como un gran explorador. Él dijo:
“Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1:12-14).
Lo exploré todo, pero todo lo que encontré no me proporcionó una satisfacción duradera; el propósito y el significado de la vida era tan escurridizo como cuando uno trata de atrapar el viento con una red.
A continuación, Salomón pronunció un proverbio duro y realista en el versículo 15:
“Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse” (Eclesiastés 1:15).
En nuestro último programa, sacamos dos principios de ese proverbio. En primer lugar, lo que está torcido no se puede enderezar. En otras palabras, por mucho que usted lo intente, hay problemas que no se pueden solucionar. El mundo está roto y no puede arreglarlo ni a las personas que habitan en él; de hecho, ni siquiera puede arreglarse a usted mismo.
Luego, Salomón añade otro principio: lo incompleto no puede contase. En otras palabras, no importa lo mucho que tenga, hay necesidades que no puede suplir. No tiene suficiente dinero en el banco para hacer frente a todas las emergencias y no tiene la suficiente fuerza o capacidad para afrontar todos los desafíos de la vida.
Aunque Salomón era el rey del mundo, sabía en su corazón, que la humanidad estaba dañada y que su propia vida era deficiente.
Salomón: El Gran Erudito
Él continúa describiéndose en el versículo 16, ya no como un gran explorador, sino como un gran erudito. Él dice:
“Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia” (Eclesiastés 1:16).
En otras palabras, superé a todos los demás en sabiduría y conocimiento – y, a decir verdad, esto no era una exageración en su hoja de vida. Dios le había concedido a Salomón una asombrosa memoria fotográfica, la maravillosa capacidad para catalogar, observar y discernir, para sintetizar, analizar y resumir.
Salomón no solo era un muchacho listo que tenía el privilegio de borrar el pizarrón porque era el ayudante del profesor. (¿Le tocó hacer eso alguna vez? Yo hubiera querido hacerlo, pero lo más cerca que estuve fue cuando me ponían a escribir en la pizarra 25 veces las cosas que no debía hacer. Oh, esos lindos recuerdos de la infancia). Bueno, Salomón no era sólo el niño más brillante de la clase, era esencialmente el alumno estrella de la raza humana.
La Biblia registra esta descripción biográfica en 1 Reyes 4:
“Y Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar.Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios.
Aun fue más sabio que todos los hombres, más que Etán ezraíta, y que Hemán, Calcol y Darda, hijos de Mahol; y fue conocido entre todas las naciones de alrededor.
Y compuso tres mil proverbios, y sus cantares fueron mil cinco. También disertó sobre los árboles, desde el cedro…hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó sobre los animales, sobre las aves, sobre los reptiles y sobre los peces. Y para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos…” (1 Reyes 4:29-34).
Salomón era esencialmente, el hombre más brillante del mundo. Financieramente – social, material e intelectualmente, lo tenía todo. Era el rey de la montaña.
Salomón añade esta interesante frase a su diario en el versículo 17:
“Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos…” (Eclesiastés 1:17a).
La palabra «sabiduría» – hocma en hebreo – es un término amplio que hace referencia a la observación – a la investigación y conocimiento de la información, inteligencia y la erudición del mundo. Y no sólo el lado positivo de la erudición. Observe cómo Salomón lo asocia con las palabras locura y desvaríos o insensatez. Lo hará tres veces en su diario. Y cuando lo hace, no está comparando al estudiante estrella de la clase que se gradúa con el personaje que apenas logra pasar de curso; tampoco está comparando al estudiante que se graduó con todos los honores con el que dice: «Por fin esto se acabó. No estudio nunca más en mi vida». No, Salomón está usando las palabras «locura e insensatez», para describir a las personas que se comportan de manera alocada, mala, irresponsable y pecaminosa.
Como verá, Salomón no sólo se está paseando por la biblioteca de la universidad, él se mete a los callejones oscuros. Está inspeccionando la vida desde todos los ángulos, desde los moralmente rectos, hasta los más depravados; sin brújula o dirección moral. Salomón entrevista tanto a los jueces del Tribunal Supremo como a los prisioneros condenados a muerte. Estudia todas las facetas del comportamiento humano. Como escribió un teólogo, Salomón examina los extremos y todo lo que hay entre medio.[iii]
Él se hace una pregunta básica: ¿Tiene alguna de estas personas en todo el espectro de sabiduría y locura alguna ventaja sobre los demás en la búsqueda del significado de la vida?
La conclusión de Salomón se encuentra en la última parte del versículo 17:
“Conocí que aun esto era aflicción de espíritu” o “correr tras el viento” según su traducción (Eclesiastés 1:17b).
Ahí está esa frase otra vez: aflicción de espíritu… o correr tras el viento.
Es un esfuerzo completamente inútil. Nadie tiene ventaja alguna. Nadie puede atrapar el viento. Cuando cree que alcanzó la felicidad duradera en la vida, rápidamente se escapa de entre sus dedos.
Cuando Salomón dice, “conocí” está diciendo: “llegué a darme cuenta – logré entender”.
- Salomón logró entender que un juez del Tribunal Supremo puede estar tan confundido sobre el significado de la vida, como un criminal condenado a muerte.
- Se dio cuenta de que la gente que lo tiene todo y la que lo ha perdido todo está muerta, incluso mientras busca la felicidad.
- Llegó a comprender que las personas que obtuvieron un doctorado pueden estar tan insatisfechas como los que nunca se graduaron del jardín de infantes.
- Se dio cuenta de que la persona que vive en una maravilla arquitectónica con un garaje para cuatro vehículos y el que vive en una vivienda social pueden ser igual de infelices.
- Salomón se ha dado cuenta, de que ser el rey de la montaña no le proporciona una alegría más duradera que cuando estaba luchando por llegar a la cima.
¿Ha estado alguna vez en la cima de la montaña? ¿Cuánto le duró la dicha? Cuánto se tardó en llegar a preguntarse: “debe haber algo más que esto ¿verdad?” Tal vez sea esa la montaña de allá. Trataré de escalarla. No, tampoco es ésa.
El autor Ernest Hemmingway se convirtió en la sensación del mundo literario en el siglo pasado. Ganó tanto el Premio Nobel de Literatura como el Pulitzer luego de escribir novelas que se convirtieron en enormes éxitos de venta.
Hemmingway era un hombre extremadamente popular y parecía estar en control de su vida. Se lo consideraba como un hombre varonil, macho de machos, un veterano herido en guerra, explorador y filósofo. Era aventurero, Le gustaba de todo – desde la caza mayor en África, hasta las corridas de toros en España. Era rico, independiente y extrovertido.
Pero antes de quitarse la vida a los 61 años, escribió estas palabras: «La vida es un truco sucio, un corto viaje de la nada a la nada».[iv]
Suena muy parecido a Salomón. No importa quién sea usted o lo que esté haciendo, si todo lo que tiene es una vida aquí debajo del sol, todo lo que va a obtener es un puñado de viento. Esta aquí, y luego se le escurre entre sus dedos y desaparece en el aire.
Ahora, tenga en mente que Dios no es parte de la búsqueda de Salomón. Salomón no está orando.[v] No está citando las palabras inspiradas de Moisés, y de seguro que no se está guiando por la sabiduría de Dios. Está siguiendo la sabiduría del hombre, la intuición y la percepción de una mente brillante con instinto de calle y una asombrosa capacidad de observación y análisis.
Salomón llega a otra verdad brutal sobre el callejón sin salida de la vida debajo del sol en el versículo 18:
“Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor” (Eclesiastés 1:18).
Podemos dividir este proverbio en dos principios, que son esencialmente pensamientos paralelos. Son ideas equivalentes, pero con matices un poco diferentes:
Principio #1:
Por mucho que sepamos, hay problemas que no podemos resolver.
En la mucha sabiduría hay mucha molestia. La palabra hebrea traducida como molestia o angustia puede traducirse también como “frustración o irritación”.[vi] En otras palabras, cuanto más sabe, más frustrado se siente. Es verdad, ¿no es así? Cuanto más aprende, más se da cuenta que de lo mucho que necesita aprender. O, dicho de otro modo, cuanto más sabe, más se da cuenta de que lo poco que sabe.
Este versículo da origen a la frase: “ojos que no ven, corazón que no siente” o «La ignorancia es felicidad». Cuanto menos sabe, menos se tiene que preocupar. Cuanto menos sabe, tiene menos razones para disgustarse y frustrarse.
La ignorancia es felicidad. Es mucho mejor no saber tanto.
Esto me recuerda a un profesor que escribió en el boletín de notas de un joven antes de que se fuera a su casa: «Si la ignorancia es felicidad, su hijo va a ser la persona más feliz del mundo».[vii]
Ahora bien, Salomón no está menospreciando la educación, el aprendizaje o la ciencia.[viii] Salomón simplemente está descubriendo la verdad a la que llegará al final del capítulo 12: que el conocimiento sin Dios conduce a la frustración. La sabiduría del mundo es un callejón sin salida. Ser más inteligente no es el camino a la felicidad.
Ha pensado alguna vez que, si la solución a la frustración fuera la educación, el lugar más feliz del planeta sería la escuela o la universidad ¿Cómo cree que está resultando? Si eso fuera cierto, las personas más felices serían los profesores.
Platón estaba equivocado. Él creía que podía llegar a la perfección a través de la educación del intelecto humano o través de la razón.[ix] Alguien ya se había dado cuenta de que la teoría de Platón era incorrecta 500 años antes, y había registrado dicha conclusión en sus crónicas de vida. Acabamos de leerlo – el razonamiento humano no lleva a la perfección; de hecho, Salomón escribió que ni siquiera puede deshacerse de una pequeña frustración.
¿Cómo se siente el domingo después del servicio, cuando un auto se le cruza por delante al salir de la iglesia? Y acaba de ir a la iglesia que es cuando está más perfecto de lo que va a estar en toda la semana.
Querido oyente, la solución para lidiar con las frustraciones de la vida, nunca ha sido la información; sino la transformación. Y la transformación comienza con la salvación; es el resultado creciente de la influencia del Espíritu Santo en su vida y el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… (Gálatas 5).
Salomón escribe con completa honestidad la dura verdad de que, por mucho que aprendamos, hay problemas, frustraciones y retos que sencillamente no podemos resolver.
Frente a esa realidad, el Manifiesto Humanista publicado en 1973 declara: «La razón y la inteligencia son los instrumentos más efectivos que posee la humanidad. . . ninguna deidad nos salvará, debemos salvarnos a nosotros mismos”.[x]
Hay una mejor solución: invoque el nombre del Señor, y será salvo (Romanos 10:13).
Salomón agrega una frase final a su resumen y complementa el proverbio en la última parte del versículo 18.
“y quien añade ciencia, añade dolor” (Eclesiastés 1:18b).
Principio #2:
No importa que tanto aprendamos, hay penas que no podemos evitar.
Eso es verdad. Cuanto más se aprende, más pena acaba sintiendo. Ahora se pueden ver las noticias las 24 horas del día, 7 días a la semana. Sus padres y abuelos sólo veían o escuchaban las noticias por la noche para enterarse de lo que pasaba, y gran parte de los problemas ya se habían resuelto para el tiempo que se enteraban. Hoy las noticias se actualizan al instante. Puede enterarse del último atentado terrorista o estar actualizado de cada balacera en cualquier parte del mundo, de cada crimen y delito y de todos sus desagradables detalles.
Entre más sabe usted, más cosas lo preocupan y lo agobian.
Y encima de todo eso, usted tiene que vivir consigo mismo y entre más dura es la vida, más crece su lista de pesares, desgracias, problemas y fracasos.
Algunas personas desean ser ese “rey de la montaña”, pero nunca llegan a la cima. Y nunca superan esa pena. Sin embargo, la mayor tristeza se encuentra en las vidas de aquellos que llegaron a la cima; pero descubrieron que no era como pensaban. No les brindó lo que querían.
Conclusión
Seguramente, más de alguno en la audiencia tiene la edad suficiente como para haber visto al boxeador Cassius Clay. Él cambió su nombre a Mohamed Ali después de convertirse al Islam. Fue tres veces campeón mundial de boxeo en la categoría peso pesado y su rostro apareció en la portada de las revistas deportivas más veces que la de ningún otro deportista en la historia hasta la llegada de Michael Jordan.
El periodista deportivo Gary Smith fue al rancho de Mohamed Ali para entrevistarlo unos años antes de que muriera. Cuando le abrieron la puerta, Gary vio una figura encorvada que apenas podía balbucear algunas palabras, resultado de una combinación entre su enfermedad de Parkinson y los muchos golpes que había recibido durante su carrera.
Al final, Ali acompañó a Gary a un granero que se había convertido en un museo lleno de trofeos y fotos de tamaño real en las que aparecía dando puñetazos al aire y sosteniendo cinturones de campeón sobre su cabeza. Algunas de estas grandes fotos que capturaban algunas de sus mayores victorias en el ring colgaban en marcos de plástico a lo largo de una pared. Mientras se acercaban a estas enormes y magnificentes fotografías, observaron rayas blancas en los cuadros. Las palomas que anidaban en el granero los habían ensuciado con sus excrementos. Alí también lo notó y arrastrando los pies, giró cada uno de esos cuadros hacia la pared del granero.
Cuando terminó, se acercó a la puerta abierta del granero y se quedó mirando el campo murmurando algo en voz baja.
Gary le preguntó: «Perdón, ¿Qué fue lo que dijo?»
Alí respondió: «Estaba diciendo: ‘Tuve el mundo en mis manos y no era nada… no era nada'».
Suena como Salomón, otro hombre que había sido rey de la montaña. Tuvo el mundo en sus manos, pero se le escapó entre sus dedos y desapareció en el aire.
Sin un Salvador que reine por encima del sol, sin un Redentor que le guíe y le perdone, le dé un futuro y una esperanza, usted queda solo con sus propios recursos intentando arrastrarse hasta la cima de la montaña para encontrar un momento de felicidad.
Si yo fuera periodista y me concedieran una entrevista con Salomón, me pregunto qué podría preguntarle. Una pregunta que le haría sería: «Salomón, ¿qué pasó con la música de tu padre, David? Salomón, tu escuchaste cantar esas melodías una y otra vez durante décadas».
¿Te acuerdas?
Las canciones de tu padre nos enseñaban:
- A no seguir nuestros propios deseos
- A no confiar en la razón humana
- Que lo que importa en la vida, es confiar en la sabiduría y la palabra de Dios
Como esta Canción de David que dice:
A ti, oh Jehová, levantaré mi alma.
Dios mío, en ti confío;
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
Enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día.(Salmo 25)
Puede pasar toda su vida jugando a ser “el rey de la montaña” o puede adorar, obedecer – puede confiar en la sabiduría y liderazgo del Rey de Reyes y Señor de Señores.
Así que cante ese tipo de canción una y otra vez… y otra vez.
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
Enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación.
—
[i] Quotes from several stelas and reliefs; Associates for Biblical Research, Bryant G. Woods, Moses and Hatshepsut (October 19, 2009)
[ii] Adapted from William D. Barrick, Ecclesiastes: The Philippians of the Old Testament (Christian Focus, 2011), p. 43
[iii] David A. Hubbard, The Preacher’s Commentary: Volume 16 (Thomas Nelson, 1991), p. 65
[iv] Daniel L. Akin & Jonathan Akin, Christ-Centered Exposition: Ecclesiastes (Holman, 2016), p. 16
[v] Philip Graham Ryken, Ecclesiastes: Why Everything Matters (Crossway, 2010), p. 43
[vii] David Gibson, Ecclesiastes: Living Life Backward (Crossway, 2017), p. 39
[viii] John D. Currid, Ecclesiastes: A Quest for Meaning? (EP Books, 2016), p. 30
[x] Currid, p. 29