“Y te alegrarás delante del SEÑOR tu Dios, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita que habita en tus ciudades, el extranjero, el huérfano y la viuda que estén en medio de ti, en el lugar que el SEÑOR tu Dios escoja para poner allí su nombre.”
Deuteronomio 16:11
El llamado a regocijarse en la bondad del SEÑOR no excluye a nadie. La gratitud no es solo para los padres de niños sanos y bien educados, ni para las parejas felizmente casadas, ni para los empresarios exitosos, ni para los lugareños que han hecho del Día de Acción de Gracias una tradición, ni para los pastores súper espirituales, ni para los líderes tribales como Moisés, Josué y Caleb, sino también para los pobres, los desempleados, los desamparados, los diabéticos, los ciegos, los huérfanos, los refugiados y los que sufren de depresión maníaca. ¿Por qué? Porque así como la naturaleza de la fe es ver más allá del velo temporal de la existencia finita, y así como la naturaleza de la esperanza es mirar a través del sufrimiento momentáneo hacia la gloria prometida que espera, de la misma manera, la naturaleza de la gratitud es mirar por encima del bullicio de esta tierra caída y regocijarse en Aquel que prometió: “En Mí tendrás vida y la tendrás en abundancia.”
¿Cómo pudo Betsie ten Boom dirigir un coro de mujeres llenas de gozo en los barracones de un campo de concentración nazi? ¿Cómo pudo Juan Hus entonar un himno a Dios incluso mientras está atado a una estaca? ¿Cómo pudo Elisabeth Elliot volver a la misma tribu Auca que mató a su esposo a lanzazos y compartir con ellos el amor redentor de Cristo? ¿Cómo pudo San Patricio elegir regresar a la misma gente irlandesa que lo esclavizó de niño para contarles del amor de Cristo? ¿Y cómo puede mi profesora de inglés de la secundaria, a quien acaban de diagnosticarle un cáncer terminal, con solo unos meses de vida, decirme con lágrimas sinceras: “He hecho las paces con Dios; ahora solo estoy disfrutando la bendición de cada segundo de vida como nunca antes”? Porque el gozo en el SEÑOR no depende de las circunstancias, sino de la gratitud.
Oh cristiano, ¡no te acerques hoy ante el trono del cielo con excusas que intenten justificar por qué tu prueba presente eclipsa Sus tiernas misericordias! “Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!”, escribió Pablo durante su encarcelamiento. Comienza hoy con una canción de adoración y observa cuidadosamente hacia donde te dirige.