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Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, el matrimonio ciertamente es un desafío, ¿no es así? De hecho, la relación entre marido y mujer es la más desafiante de toda relación humana. Para cumplir el plan de Dios a través de la relación matrimonial, debemos recordar tres principios importantes...

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Dedique cinco minutos a navegar por Internet y descubrirá cómo el mundo ve el matrimonio. En lugar de comprar un anillo de bodas sin política de devolución, una pareja ahora puede arrendar sus anillos mes a mes. El voto matrimonial tradicional que solía decir: “Hasta que la muerte nos separe”, se ha reemplazado por promesas temporales “mientras dure el amor”.

Un Centro de Investigación, que encuesta regularmente a los estadounidenses sobre una variedad de temas, informó que la tasa de matrimonios ha bajado casi un tercio en comparación con unos 60 años atrás.

Además, la edad en la que las personas se casan por primera vez está aumentando significativamente. La mayoría de los primeros matrimonios a mediados del siglo XX ocurrieron cuando los cónyuges tenían poco más de 20 años (20 para las mujeres y 23 para los hombres). Hoy en día, los primeros matrimonios se celebran cerca de los 30 años (27 para las mujeres y 30 para los hombres). La triste realidad es que los jóvenes ahora están conviviendo más que casándose.

¿Qué causó este declive en el matrimonio? Una actriz lo expresó bien cuando comentó acerca de su segundo divorcio: “No creo que sea natural ser una persona monógama… Es mucho trabajo.”

A los ojos de nuestro mundo secular, ¡tener que trabajar en un matrimonio fiel no es natural! Después de todo, ¿cómo se puede esperar que alguien trabaje en algo tan difícil?

Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, el matrimonio ciertamente es un desafío, ¿no es así? De hecho, la relación entre marido y mujer es la más desafiante de todas las relaciones humanas, y algunas de las razones son obvias: los cónyuges se ven en sus peores y sus mejores momentos; un cónyuge tiene que hacer concesiones y negociar sus propios planes y deseos; un cónyuge atiende con sacrificio las necesidades de su pareja más que cualquier otro amigo o miembro de la familia. Todo eso se traduce en trabajo, compromiso y humildad.

Si bien Dios diseñó el matrimonio (como el resto de Su creación) en el entorno perfecto y sin pecado del Jardín del Edén, Su plan para el matrimonio no cambió con la caída del ser humano en pecado. Dios todavía desea que el matrimonio honre su diseño y refleje su amor fiel y sacrificado por nuestro mundo.

Para cumplir el plan de Dios a través de la relación matrimonial, debemos recordar tres principios importantes.

1. Usted está construyendo su matrimonio en un mundo caído.

Es una tentación para la pareja casada rechazar el ejemplo de amor sacrificial de Dios y, en su lugar, aceptar la expectativa de gratificación egoísta del mundo.

Especialmente en nuestra cultura occidental, el consumismo y la gratificación personal se consideran como los estándares para la felicidad terrenal. El mundo cree que la felicidad se puede lograr obteniendo todo lo que pueda, sin importar el costo para los demás.

Pero a medida que las personas siguen sus caminos egoístas, ¿terminan satisfechos? No, los momentos más satisfactorios de la vida son aquellos en los que se aplasta el orgullo y una persona sirve con sacrificio a otra. Este es el ejemplo de nuestro Señor, quien “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8b).

El servicio a los demás debe comenzar con su cónyuge.

2. Usted se casó con un pecador caído.

Usted se casó con un pecador y usted mismo es un pecador. A pesar de la gracia salvadora de Dios y el proceso de santificación, el pecado estará presente en cada matrimonio durante esta vida.

El pecado hace que nos preocupemos más por nosotros mismos que por los demás. El pecado nos lleva a ofendernos fácilmente y a resistirnos a tratar a otros con gracia. El pecado desea que descuidemos a nuestro cónyuge, porque estamos muy ocupados amándonos a nosotros mismos.

Ahora, la meta del matrimonio no es erradicar el pecado de nuestras vidas, aunque Dios usa el matrimonio en Su plan de santificación. Más bien, el matrimonio existe para mostrar cómo el amor y la gracia pueden vencer nuestra disposición pecaminosa. Así como Cristo nos amó “cuando aún éramos pecadores” (Romanos 5:8), reflejamos la gloria de Dios al hacer lo mismo por nuestro cónyuge. Cuando la gente ve que amamos y honramos a nuestros cónyuges, a pesar de sus defectos, ven un reflejo del amor de Dios por su creación pecaminosa.

3. Su Cónyuge es la asignación de Dios para desarrollar gracia en su vida.

Cuando conoció a su cónyuge y se enamoró, estaba convencido de que sería el “Señor o la Señora Perfecta”. Le era virtualmente imposible ver fallas o defectos en su vida. Sin embargo, no mucho después casarse, se dio cuenta de lo diferentes que eran el uno del otro – cómo, en muchos sentidos, eran la “Señora o el Señor Equivocado”.

En cierto sentido, el matrimonio revela que usted se casó con la persona equivocada y que usted mismo es la persona equivocada. ¡Nada nos muestra lo pecaminosos que somos más efectivamente que el matrimonio! Y es entonces cuando el matrimonio se convierte en un ministerio.

Como el hierro afila el hierro, los cónyuges en el matrimonio, mediante la guía del Espíritu Santo, se conforman mutuamente para reflejar el carácter de fidelidad y amor incondicional de Dios. La confrontación amorosa de un cónyuge a otro crea una reflexión positiva, un cambio y mayor conformidad a la imagen de Dios.

El pastor Paul David Tripp sabiamente escribe que los defectos que vemos en nuestros cónyuges no son accidentes, sino herramientas que Dios usa para que dejemos de adorarnos a nosotros mismos y así adoraremos a Dios.

En otras palabras, al elegir amar a alguien, a pesar de sus defectos, a pesar de las formas en que no satisfacen todas nuestras necesidades, entendemos, de una manera muy limitada, cómo Dios nos ama, a pesar de quiénes somos.

Cuando trabajamos en nuestro matrimonio, no solo aprendemos a amar a nuestro cónyuge, sino también aprendemos a amar a nuestro Salvador, por Su asombrosa gracia y Su amor eterno.

 

Este artículo ha sido traducido y adaptado con el consentimiento de su autor.

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