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Nosotros, como creyentes, a menudo estamos preocupados, temerosos y ansiosos por el futuro. Por eso es que el Señor nos dice lo siguiente...

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“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.”

Juan 14:1-4

De camino a la casa de mis padres en Virginia hay una pequeña comunidad formada por casas pequeñas y autos viejos. Justo al lado de la autopista se encuentra la casa de un adivino. Durante años, el lugar se veía igual: una pequeña casa de madera, una entrada con un mosquitero roto, y un cartel pintado a mano que anunciaba la capacidad de la hermana María para leer las manos y predecir el futuro.

Sin embargo, cuando conduje hasta Virginia recientemente, el lugar había cambiado drásticamente. La vieja casa rota había sido demolida y reemplazada por una hermosa casa de ladrillos. Coches de lujo ahora estaban estacionados frente a la casa, y el letrero pintoresco había sido reemplazado por un gran letrero iluminado.

Mientras reflexionaba acerca de estos cambios, se me ocurrió que el éxito de María tenía menos que ver con su capacidad para adivinar el futuro y más con el hecho de que tantas personas están preocupadas, temerosas y ansiosas por el futuro.

Nosotros, como creyentes, a menudo no somos una excepción. Nos asustamos cuando recibimos un diagnóstico que amenaza nuestra vida. Nos asusta perder nuestro trabajo o nuestro apoyo financiero. Nos ponemos ansiosos cuando nuestro matrimonio está pasando por momentos difíciles. Nos sentimos temerosos de los errores del pasado y temerosos de los posibles fracasos futuros. Muchos de nosotros incluso estamos ansiosos por la economía y el colapso moral de la sociedad.

La verdad es que nos enfrentamos a miles de incógnitas todos los días, y todas ellas están fuera de nuestro control. Es por eso que las sencillas palabras de consuelo del Señor Jesús en Juan 14 nunca perderán su relevancia: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Nuestra esperanza en medio de los problemas no es la garantía de que tendremos buena fortuna en esta vida; ni siquiera son calles doradas o una mansión celestial en la vida venidera. Nuestra esperanza es que vamos a estar con Cristo. Jesús nos dice: “El cielo es la casa de mi Padre. Yo estaré allí y tú vendrás conmigo.”

Por cierto, esa creencia diferencia al cristianismo de todas las demás religiones del mundo. Las otras religiones enseñan que el cielo es el cumplimiento final de todos nuestros deseos básicos y sensuales. Solo en el cristianismo se nos ofrece el cumplimiento final de nuestro mayor deseo, que es volver a relacionarnos con nuestro Dios y Creador sin impedimentos.

Amo las palabras de Arístides, el erudito griego quien notó durante su día el gozo que los cristianos tenían incluso en la muerte. Él escribió: “Cuando un miembro de los cristianos sale del mundo, se regocijan y dan gracias a Dios, y acompañan el cuerpo al entierro con cánticos y acción de gracias, ¡como si estuviera mudándose de un lugar a otro cercano!”

¿Se encuentra preocupado por lo que ocurre en el mundo? ¿Tiene preguntas sin respuestas y dudas que lo dejan descontento? Recuerde la esperanza que tenemos en Cristo. Póngase en las sandalias de estos confusos y temerosos apóstoles que tenían que despedirse de Aquel que los había guiado durante los últimos tres años de su vida y recuerde:

Dios los ayudó a atravesar por pruebas, problemas y persecuciones severas, y ¡Él ha prometido ayudarnos a nosotros también!

 Este devocional pertenece a Stephen Davey.

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