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La historia de David y Svea Flood, misioneros en Congo en 1921, no es muy conocida el día de hoy. Sin embargo, esta es una impresionante historia de fe… y restauración.

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“Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿quién ha conocido la mente del Señor?, ¿o quién llego a ser su consejero?, ¿o quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.”

Romanos 11:33-36

La historia de David y Svea Flood, misioneros en Congo en 1921, no es muy conocida el día de hoy. Sin embargo, esta es una impresionante historia de fe… y restauración.

Los Floods dejaron su tierra natal, Suecia, con su hijito de dos años, y emprendieron rumbo hacia el interior de África junto a otra pareja de Escandinavia, los Ericksons. Ya que el cacique del área no les permitió entrar a su aldea porque tenía miedo de enojar a sus dioses, las dos parejas decidieron caminar un kilómetro cuesta arriba y construir sus propias chozas de barro.

Ellos oraron para tener oportunidades de evangelizar, pero el único contacto que tenían con los aldeanos era un niño que tenía permiso de venderles pollos y huevos dos veces a la semana. Svea Flood pensó que si este era el único africano con el que podía hablar, entonces debería tratar de guiarlo a los pies de Jesús ¡Y lo hizo! Pero no hubieron más convertidos que él en la aldea.

No mucho tiempo después, este pequeño grupo de misioneros se enfermó con Malaria. Los Ericksons decidieron volver a su país, pero los Floods permanecieron allí. Svea quedó embarazada, y cuando llegó el día de que tuviera su bebé, el cacique de la aldea permitió que una partera fuera a ayudarla. Los Flood tuvieron una niña saludable a quien nombraron Aina, pero el parto se complicó, por lo que Svea murió 17 días más tarde.

Enojado con Dios, David cavó una tumba, enterró a su joven esposa, y se llevó a sus dos hijos de vuelta a su país. Sin embargo, él dejó a la bebé con los Ericksons y volvió a Suecia diciendo, “Dios ha arruinado mi vida.” Los Ericksons murieron 18 meses más tarde, por lo que la pequeña Aina pasó a manos de unos misioneros estadounidenses. A la edad de tres años, Aggie, como la renombraron sus nuevos padres, fue llevada a Estados Unidos, donde creció y eventualmente se casó.

Un día, mientras ella leía una revista Sueca, encontró una fotografía que le llamó la atención. En un lugar muy sencillo se encontraba una tumba con una cruz blanca – y sobre la cruz estaban escritas las palabras SVEA FLOOD. Seiscientos creyentes ahora vivían en esa aldea… ¡Este era un tributo a los misioneros David y Svea Flood!

Aggie sabía que tenia que ir a contarle esto a su padre, quien ahora se encontraba casado, con 4 hijos, ya anciano – amargado y abatido. Ella viajó a Suecia, y cuando se acercó a la cama de su padre, él se dio la vuelta y empezó a llorar. “Aina, yo nunca quise entregarte,” le dijo. “Esta bien papá,” ella respondió, abrazándolo. “Dios se encargó de mí.” Horas más tarde, David Flood volvió al Señor con quien había estado resentido por tanto tiempo.

Algunos años mas tarde, Aggie y su esposo fueron a una conferencia de evangelismo en Londres, donde escucharon un reporte acerca de un pueblo en el Congo. El representante de las iglesias en el área comentó que, para ese entonces, habían unos 110.000 creyentes bautizados en su nación. Al final de la reunión Aggie se le acercó y le preguntó si alguna vez había escuchado acerca de David y Svea Flood. “Si señora,” respondió el hombre, “Svea Flood fue quien me guió a Jesucristo. Yo soy ese niño que le traía comida a tus padres antes de que nacieras. ¡Deberías venir a África, tu madre es la persona más famosa en la historia de nuestra aldea.”

Tiempo después, Aggie y su esposo viajaron al Congo y fueron recibidos por miles de cristianos en la misma aldea en donde ella había nacido.

Hay veces en que solo Dios sabe lo que está haciendo… pero aún en esos momentos podemos confiar en Él, porque Él siempre hace lo que es mejor.

 Este devocional pertenece a Stephen Davey. Todos los derechos Reservados

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