Hay un viejo adagio que dice: “No te quedes ahí parado; ¡Haz algo!”. Ya sea que surja un problema en el trabajo, un proyecto en casa o una situación de emergencia, nuestro impulso natural es reaccionar con una acción rápida y decisiva. Después de todo, pensamos, la situación no se resolverá por sí sola.
Y permítanme ser claro, Dios nos manda a trabajar duro (Proverbios 14:23); Él nos llama a la acción (Colosenses 3:2); Él nos estimula a hacer buenas obras (Santiago 4:17). Una de las tentaciones para los creyentes es disfrazar la pereza, la indecisión y el miedo al fracaso como “confiar en Dios”. Algunas personas excusan la inacción diciendo que están confiando en Dios cuando en realidad están postergando las cosas, posponiendo lo que Dios quiere que hagan para obedecerle.
A pesar de esas pautas claras para actuar en obediencia, hay momentos en nuestras vidas en los que el esfuerzo personal no es la acción correcta después de todo. La voluntad de Dios a veces nos llama a esperar. Durante estos tiempos de espera, cuando nuestros impulsos naturales y las voces que nos rodean nos instan, o incluso nos exigen, a hacer algo, Dios nos está guiando a no hacer nada más que verlo hacer la obra que solo Él puede lograr.
Podemos sacar una lección de la vida de Moisés que nos anima a buscar los propósitos de Dios mientras esperamos que se desarrollen sus planes. Dios le había dado a Moisés una gran victoria sobre Faraón y la nación de Egipto. Dios envió horribles plagas sobre la tierra y el faraón finalmente accedió a permitir que la gente se fuera. Los israelitas empacaron, recibieron regalos de sus vecinos y emprendieron su viaje a la tierra prometida.
Pero, una vez más, Faraón cambió de opinión y envió a su ejército para capturar a los israelitas y traerlos de nuevo a la esclavitud. Así que, fíjese en esto: los israelitas están acampando en la orilla del Mar Rojo, con nada más que agua directamente al frente, a su derecha y a su izquierda. Detrás de ellos estaba el ejército de egipcios acercándose.
De esta situación imposible, podemos extraer tres lecciones sobre la naturaleza de la liberación de Dios a nuestro favor, y lo que podría significar para nosotros hoy.
La liberación ya está asegurada para el creyente.
Los israelitas se quejaron con Moisés diciéndole que los había sacado de Egipto solo para morir a mano de espada, pero Moisés les respondió: “No temáis, estad firmes, y ved la salvación de Jehová… Él peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 14:13-14).
¡Qué promesa tan increíble que podemos reclamar hoy nosotros, que nos hemos convertido en hijos de Dios a través de aceptar de Su Hijo! ¡El Señor peleará por nosotros!
Ningún empleador malintencionado, gobierno hostil o plan de Satanás puede tener éxito finalmente contra nosotros. Cristiano, si el Señor está peleando por ti, la batalla ya está ganada. Creo que el apóstol Pablo tenía en mente las palabras de Moisés cuando le escribió a la iglesia en Roma: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:32).
Reflexione por un momento en este versículo. Pablo está escribiéndoles a los creyentes en Roma, la capital del hostil Imperio Romano, la zona cero de la persecución religiosa contra los cristianos. Muchas de las personas que habrían leído esta carta serían más tarde despedazadas por animales salvajes o quemadas vivas como antorchas en el jardín del emperador. Incluso el mismo Pablo será ejecutado por su fe.
¿Cómo puede Pablo, un futuro mártir, escribirle a una congregación llena de futuros mártires que ningún poder puede oponerse a ellos? ¿Qué pasa con esos animales salvajes? ¿Y la espada del verdugo?
Es hora de que definamos correctamente lo que es y lo que no es la liberación de Dios. No es lo que enseñan los predicadores de la prosperidad: que creer en Dios eliminará todos los problemas de su vida. No es una promesa de que la persecución en esta tierra desaparecerá. La liberación de Dios no es la eliminación del dolor físico, la adquisición de riquezas o la aprobación de nuestra cultura.
La liberación final de Dios vino en la cruz, donde nuestro destino eterno fue asegurado por el sacrificio de Jesucristo. Y para entender que nuestra liberación está asegurada, necesitamos ver nuestras circunstancias a la luz de nuestro destino eterno en el cielo, no de nuestras circunstancias temporales en la tierra.
La liberación es someterse a los caminos de Dios y al tiempo de Dios.
¿Se imagina lo que habrían pensado los israelitas cuando Moisés les dijo que acamparan en la orilla del Mar Rojo durante la noche, con el ejército egipcio corriendo estruendosamente hacia ellos? ¡Habrían esperado que Moisés les ordenara que comenzaran a construir algunos barcos!
¿Alguna vez ha pensado en el hecho de que, si los israelitas hubieran tenido suficiente tiempo y recursos para construir barcos, se habrían perdido la exhibición milagrosa del poder de Dios? Dios está a punto de partir ese mar por la mitad, permitiendo que Su pueblo camine sobre tierra seca.
Resista la tentación de tratar de encasillar a Dios en una solución a sus pruebas que tenga más sentido para usted. Expanda su fe mientras espera, sometiéndose al plan y la voluntad de Dios. No puedo evitar preguntarme qué nos estamos perdiendo cuando construimos barcos, en lugar de acampar junto a lo imposible. Nos perdemos la oportunidad de ver cómo nuestra imposibilidad abre la puerta a la suficiencia de Dios.
La liberación conduce a un corazón de adoración.
Cuando Dios es nuestro Libertador, nuestro Salvador de varias pruebas, nuestra respuesta es adorarlo y darle el crédito que se merece.
Amado, cuando es liberado, ore estas sencillas palabras de alabanza que Moisés y los israelitas cantaron a Dios:
“Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación; este es mi Dios, y yo lo alabaré” (Éxodo 15:2).
Este artículo ha sido traducido y adaptado con el consentimiento de su autor.