Esta es la segunda de una serie de tres partes de “Diez perspectivas importantes sobre la vida de Cristo”. Para leer la primera publicación hacer clic aquí.
A medida que se acerca la Pascua, el hijo de Dios es muy beneficiado al comprender y familiarizarse con la vida que vivió su Salvador. Con ese objetivo, he sugerido que el creyente incluya consciente y deliberadamente las ideas que se enumeran aquí en su concepción de esa vida.
IV – El propósito de los muchos milagros de Jesús era probar que sus afirmaciones asombrosamente difíciles de creer eran verdaderas (Jn. 3:2; Hch. 2:22). Por lo tanto, los milagros fueron más frecuentes durante el período del ministerio de Jesús cuando su intención era presentarse a Israel como su Mesías (es decir, los primeros dos años y medio). Durante la primera mitad del último año de su ministerio (es decir, durante ese tiempo en que buscaba estar solo con sus discípulos para revelarles el hecho inquietante y sorprendente de que iba a morir y resucitar), Jesús se mostró reacio para hacer milagros y ansioso por escapar de la notoriedad local que siempre acompañaba a la realización de milagros. Por otro lado, cuando volvió a ser estratégicamente importante hacerlo, Jesús volvió a obrar muchos milagros. El más grande de los milagros realizados por Jesús, y por lo tanto el milagro con la fuerza vindicadora más dramática e importante, fue Su propia resurrección corporal de la tumba al tercer día después de Su muerte y sepultura (Ro. 1:4).
V – El rechazo de las afirmaciones de Jesús no fue un asunto de confusión, sino de rebelión (Jn 2:11). El rechazo oficial llegó temprano y creció constantemente hasta que estalló en la crucifixión. Los dos grandes momentos de rechazo (los dos acontecimientos que funcionan como punto de inflexión en el ministerio de Jesús) fueron el episodio del pecado imperdonable (Mt. 12: 22-37, especialmente el versículo 23) y más tarde la alimentación de los 5000 (Jn. 6, especialmente el versículo 66). Por otro lado, el rechazo popular, aunque igualmente real, era mucho más difícil de discernir. Esto se debió principalmente a que, aunque la mayoría de aquellos a quienes Jesús se ofreció como el Mesías no creía en sus afirmaciones, la multitud continuó considerando a Jesús como su gran héroe popular. Estaban fascinados con Él, aunque no quisieran doblar las rodillas ante Sus afirmaciones sobre si mismo. Como resultado de esa efervescencia salvaje por Jesús que prevaleció hasta la mitad de la Semana de la Pasión, fue solo Jesús quien discernió el verdadero corazón de las multitudes (ver perspectiva número 8 prontamente).
VI – Debido a que la nación judía estaba cansada de las autoridades romanas, y debido a que Jesús afirmó ser el Mesías con su capacidad de hacer milagros, sus compatriotas una y otra vez insistieron en que estaban dispuestos a recibirlo como su Mesías/Libertador. Pero lo querían en sus propios términos y no en los de Jesús. Estaban dispuestos a reconocer que necesitaban a alguien que los librara de Roma, pero negaban que necesitaran a alguien que los librara del pecado. A lo largo de su ministerio, Jesús empleó una estrategia notable para desenmascarar la naturaleza superficial e hipócrita de esta adulación pública de parte de las multitudes: Cuando se enfrentaba a ofertas de aceptación superficiales y egoístas, Él hablaba “palabras duras”, palabras que exigían una decisión. La decisión moralmente correcta era obediencia/creencia, pero también implicaba un gran precio pagar.
Al llevar así a sus oyentes a una decisión difícil, Jesús a menudo empleó como contraste a los fariseos que se habían puesto en su contra. Esto lo hizo por dos razones. Primero, esos fariseos se habían establecido como los proveedores de una doctrina de justicia por medio de obras (es decir, guardar la ley); por lo tanto, la demanda de Jesús de que las personas aceptaran su afirmación de ser el Mesías (más fundamentalmente, el Libertador del pecado dado por Dios, Gn. 3:16) necesariamente implicaba la demanda de que rechazaran la doctrina prevalente de los fariseos. En segundo lugar, rechazar el consejo de los fariseos podría provocar una terrible represalia (ser “expulsado de la sinagoga”, Jn 9:22, 34-35). Así, al hacer esa demanda, Jesús estaba probando la autenticidad de la oferta de las multitudes de aceptarlo como Mesías. Jesús usa esta estrategia para desafiar a las grandes multitudes que lo siguen en Galilea cuando predica el Sermón del Monte (Mt. 5:20; 7:13-15), al desafiar a aquellos que después de la alimentación de los 5000 “Iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey” (Jn 6:15, 53-58), y al constatar la voluntad de la ciudad de Jerusalén luego de haberlo recibido como rey en su triunfal entrada (Mt. 23:1-39).