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DIEZ PERSPECTIVAS IMPORTANTES SOBRE LA VIDA DE CRISTO, PARTE III

Escrito por Doug Bookman, Profesor del Seminario Teológico Shepherds. Publicado originalmente bajo el título “Ten Important Insights Into the Life of Christ Part III”

 

Ésta es la tercera de una serie de tres partes sobre “Diez perspectivas importantes sobre la vida de Cristo”. Los dos primeros artículos se pueden encontrar aquí: Parte I Parte II

Con la llegada de la Pascua, el hijo de Dios es muy beneficiado al comprender y familiarizarse con la vida del Salvador que celebramos en esta temporada. Al reflexionar sobre la vida más maravillosa de todas, aconsejo al creyente que incluya consciente y deliberadamente las realidades enumeradas aquí en su concepción de esa vida.

VII – Aunque Jesús vino a morir, él nunca habló explícitamente de Su muerte hasta casi tres años después del comienzo de Su ministerio de tres años y medio. Él insinuó la idea indirectamente sólo una vez (la referencia al templo que reconstruiría en tres días); pero Juan dice que Sus discípulos no entendieron esto hasta después de la resurrección de Jesús (Jn. 2:19-21). De hecho, Jesús afirmó ser el Mesías, y según las Escrituras Hebreas, el Reino que establecerá el Mesías es un reino eterno (Dn. 2:44). A los que aceptaron las afirmaciones de Jesús les pareció que no había lugar para un Mesías moribundo. Cuando Jesús finalmente logró llevar a los doce a un lugar llamado Cesarea de Filipo y por primera vez les dijo que iba a morir (Mt. 16:21), los discípulos se escandalizaron (Mt. 16:22). Aunque Jesús predijo su muerte y resurrección al menos cuatro veces más después de su visita a Cesarea de Filipo, nadie estaba dispuesto a creer esas palabras, especialmente los apóstoles (Lc. 18:31-34). (La única excepción posible fue María, la hermana de Lázaro, Jn. 12:7.) Esta falta de voluntad para aceptar las predicciones claras y repetidas de Jesús en cuanto a su muerte y resurrección parecen surgir de dos influencias: Primero, los apóstoles estaban paralizados por la percepción rabínica errónea y popular del Mesías, que tenía poco o ningún lugar para un Mesías sufriente o agonizante. En segundo lugar, los apóstoles codiciaban los lugares principales en el reino que Jesús les había prometido, y no querían oír hablar del sufrimiento de Él o de ellos.

VIII – Jesús siguió siendo el gran héroe popular, objeto de la fascinación casi universal, hasta la última semana de Su vida mortal. De hecho, esa popularidad creció hasta que implosionó climáticamente el martes de la Semana de la Pasión. Esta persistente y creciente fascinación popular impactó el ministerio de Jesús de tres formas muy importantes:

a) Engañó a los apóstoles y discípulos de Jesús, persuadiéndolos de que, de hecho, las afirmaciones de Jesús estaban siendo ampliamente aceptadas, lo que dificultaba que estos discípulos aceptaran su predicción de que moriría a manos de los líderes de Israel.

b) Le permitió a Jesús escapar del odio asesino de sus enemigos oficiales. Ellos anhelaban prenderle, pero no podían porque “temían a la multitud” (Mt. 26:5; Mr. 14:5; Lc. 22:2). La dinámica aquí es especial debido al rol del Imperio Romano y, por lo tanto, exige una explicación. Cada gobernador romano tenía dos deberes básicos: recaudar los impuestos y mantener la paz. Aunque los romanos no permitían que los judíos ejercieran la pena capital (Jn. 18:31), los oficiales de Judea habían aprendido a mirar hacia otro lado si los judíos prendían y mataban a un ofensor intrascendente [como en el caso de Esteban, Hch. 6, 7]. Debido a que Jesús era tremendamente popular, las autoridades judías no podían simplemente apresarlo y apedrearlo. Temían que si lo hacían habría disturbios; si había disturbios, los romanos encontrarían y castigarían severamente a los responsables. Por lo tanto …

c) Esto obligó a los enemigos de Jesús a involucrar a los romanos en Su ejecución. Además, esos enemigos trabajaron duro para llevarlo a la cruz antes de que la ciudad despertara el viernes. (Recuerde que lo que los enemigos de Jesús, así como los romanos, tenían en mente la gran popularidad de Jesús el domingo, lunes y martes de la semana de la Pasión.) Sin embargo, cuando el pueblo despertó, los miembros del Sanedrín quedaron asombrados y encantados de que el pueblo repentinamente se hubiera vuelto en contra de Jesús (ver “a” arriba).

IX – A lo largo de su ministerio, pero especialmente a medida que se acercaba Su Pasión, Jesús demostró ser “prudente como una serpiente y sencillo [o inofensivo] como una paloma” (Mt. 10:16). En al menos tres formas específicas e identificables, Jesús orquestó los eventos de Su Pasión para que se desarrollara precisamente cómo y cuándo el Padre lo pretendía.

a) Por medio de la resurrección de Lázaro (Jn. 11:45-57) y luego la ruta que tomó desde la aldea de Efraín (Jn. 11:54) a Jerusalén (Lc. 17:11), Jesús preparó el escenario para Su Entrada Triunfal, entusiasmando a la ciudad acerca de Su llegada (Jn. 11:55-56), y luego alertándoles sobre el momento de Su llegada (Jn. 12:12).

b) Mediante la segunda limpieza del Templo el lunes de La Semana de la Pasión, Jesús galvanizó deliberadamente la hostilidad de los fariseos y saduceos. Una vez que esas dos sectas se unieron en su odio asesino contra Jesús, les tomó solo cinco días para llevarlo a la cruz.

c) Por medio de su popularidad cuidadosamente mantenida, Jesús se aseguró de que el Sanedrín tendría que involucrar a los romanos en su ejecución y, por lo tanto, no moriría apedreado sino “levantado” en la crucifixión (Jn. 3:14; 8:28; 12:32-34; 18:32).

X La expectativa de la cruz horrorizaba a Jesús. Al principio de su ministerio, Él pudo anticipar la cruz con cierta serenidad (Jn. 4:34), pero a medida que se acercaba lo llenó de terror (Jn. 12:23-38). De hecho, probablemente la tentación más severa que enfrentó Jesús durante su vida fue la tentación de evitar la cruz (Mt 4:8-9; 16:22-23). Esta tentación se ve más gráficamente en la experiencia del Señor en Getsemaní (Lc. 22:41-44). Sin embargo, lo que le aterrorizaba tanto no eran los sufrimientos físicos de la crucifixión (por más horribles que fueran); más bien, lo que lo llenaba de pavor ante la perspectiva de ser sacrificado por el pecado por los hombres, era ser judicialmente abandonado por el Padre (Mr. 15:34). Además, en esa tentación y durante todo el período de Su mortalidad, Jesús no tuvo más recursos espirituales que usted y yo. Él era sumiso al Padre, dependiente del Espíritu, obediente a las Escrituras y sostenido por la oración (Heb. 5:7). Así fue como “aprendió la obediencia” y fue calificado para ser el sumo sacerdote del creyente (Heb. 5:8-9).

 
Este artículo ha sido traducido y adaptado con el consentimiento de su autor.
 
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