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DIEZ PERSPECTIVAS IMPORTANTES SOBRE LA VIDA DE CRISTO, PARTE I

Escrito por Doug Bookman, Profesor del Seminario Teológico Shepherds. Publicado originalmente bajo el título “Ten Important Insights Into the Life of Christ Part I”

El hijo de Dios es muy beneficiado al comprender y familiarizarse con la vida que vivió su Salvador. A medida que nos acercamos a las épocas de Pascua y Navidad, nos corresponde reflexionar sobre la vida del Salvador que celebramos. Sugiero que las ideas que se presentan aquí son esenciales para una comprensión adecuada de la vida más maravillosa de todas y, por lo tanto, aconsejo al creyente que incluya consciente y deliberadamente estas realidades en su concepción de esa vida.

I – En su encarnación, Jesús no entregó en ningún sentido, en ningún grado, en ningún momento, ni por ninguna temporada, ningún ápice de deidad (Col. 2:9); de hecho, la misma noción de “entregar” la deidad es incongruente hasta el punto de no tener sentido. Sin embargo, Jesús asumió genuinamente la naturaleza humana (Fil. 2:6-8). Hay un misterio inefable en la proposición de que “el Verbo se hizo carne” tal como se presenta y desarrolla en los Evangelios. Pero la mayordomía del creyente es doblar la rodilla ante todo lo que las Escrituras declaran, incluso si hay dinámicas o ramificaciones de la verdad revelada que finalmente trascienden nuestra capacidad para comprender plenamente. Y las Escrituras dejan en claro que la humanidad de Jesús, aunque sin pecado, era genuina y completa. Por lo tanto, al leer los relatos de la vida de Jesús en los Evangelios, es importante recordar que, excepto en esos momentos ocasionales y relativamente infrecuentes en los que el Espíritu Santo dirigió a Jesús a acceder y emplear las capacidades sobrehumanas que son una función de sus atributos divinos, él vivió su vida bajo las limitaciones reales e intrínsecas de un ser humano común, aunque sin pecado.

II – El ministerio de tres años y medio de Jesús se comprende mejor al dividirlo en dos períodos distinguibles. Los primeros dos años y medio se caracterizan por su presentación pública. Durante este período, Jesús se presenta a Israel como su Mesías, llenando la tierra – aldea por aldea, y sinagoga por sinagoga – con sus afirmaciones, y haciendo innumerables milagros para autenticar esas afirmaciones. Este período inicial colapsa solo después de que Israel demuestra su determinación de rechazar las afirmaciones de Jesús, sin importar cuán convincentes sean las pruebas que Jesús ofreció para apoyar esas afirmaciones (ver la idea número 5 por venir). A esto le sigue un período de preparación privada. Jesús cambió notablemente sus tácticas (abandonó el territorio judío, se mostró reacio a hacer milagros o que se hablara de él abiertamente) porque buscaba la soledad con sus discípulos para revelarles algo que sabía que iba a ser muy difícil de aceptar: la realidad de su muerte y resurrección venidera. Ese último enfoque dominó el último año de la vida de Jesús, aunque regresó momentáneamente a un enfoque de presentación pública en Judea y Perea durante los meses antes de partir para la Pascua en la que moriría.

III – A lo largo de su ministerio público, Jesús hizo dos afirmaciones explícitas sobre sí mismo: Él afirmó ser el Mesías de Israel (el Cristo), y afirmó ser Dios hecho carne (Mt. 16:16; Jn. 11:27; Mr. 14: 61). Esta doble afirmación es la esencia del mensaje que Jesús desafió a las personas a creer acerca de Él mismo (Jn. 20:31). Es difícil para nosotros imaginar cuán difícil fue aceptar estas afirmaciones: La afirmación de ser el Mesías era difícil de aceptar porque, de muchas maneras, Jesús decepcionó los ideales mesiánicos egoístas pero respaldados por los rabinos que eran tan apreciados por Sus contemporáneos. La afirmación de que Él era Dios hecho carne era, a su vez, incongruente y escandalosa. Por otro lado, debido a que Jesús ejemplificó perfectamente el mandato que le dio a sus discípulos de ser “prudentes como serpientes, y sencillos [o inocentes] como palomas” (Mt. 10:16, véase la perspectiva número 9 por venir), él comunicó astutamente su afirmación de ser el Mesías (es decir, ser Rey de Israel) a través de símbolos y pasajes del Antiguo Testamento. De esta manera, su afirmación era inconfundible y convincente para los judíos pero, a la misma vez, inofensiva para las autoridades romanas. (Esto porque, si Jesús hubiera afirmado más explícitamente ser el Mesías/Rey, él le habría dado a sus enemigos una fácil justificación para deshacerse de él. Roma no tenía paciencia alguna con los rebeldes que se proclamaban reyes en su dominio para buscar formar una revolución y así liberarse del poderío romano). Jesús actuó del mismo modo con su afirmación de ser Dios, (que era escandalosa para los judíos, sin embargo, menos incendiaria para los romanos que la afirmación de ser rey). Jesús expresó su deidad de manera especialmente reveladora para sus oyentes judíos. Por ejemplo, las Escrituras insisten en que solo Dios es eterno; así que, cuando Jesús afirmó su preexistencia (Jn. 8:56), sus oyentes judíos entendieron que Jesús estaba afirmando ser Dios.

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Este artículo ha sido traducido y adaptado con el consentimiento de su autor.
 
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