En un estudio reciente, el 73 por ciento de los adultos entrevistados afirmaron creer en el Cielo. Si bien ese número es significativamente menor que el 94 por ciento que dijo creer en el Cielo hace un par de décadas, sigue siendo una mayoría significativa.
Solo el 62 por ciento de las mismas personas encuestadas creían en el infierno. Lo que significa que alrededor del 10 por ciento de las mismas personas que creen en el Cielo, el lugar del gozo eterno, no creen en el Infierno, el lugar del juicio eterno.
Registros históricos indican que todas las civilizaciones tienen una comprensión innata de algún tipo de vida después de la muerte, y que la vida no termina cuando morimos aquí en la tierra. Todos los estudios antropológicos realizados en todo el mundo, desde los nativos americanos hasta los polinesios, los romanos y las tribus africanas, todos tienen una cosmovisión escatológica, una creencia teológica sobre la vida después de la muerte.
Salomón nos explica que Dios “ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (Eclesiastés 3:11).
El apóstol Pablo aclara que aquellos que rechazan que hay vida después de la muerte están suprimiendo la verdad de su Dios Creador (Romanos 1:18) y enfrentarán juicio por su rechazo.
La pregunta no es: “¿Cree la gente en el más allá?” sino “¿Dónde pasará la gente la eternidad después de morir?”
¿El pensamiento de la vida eterna lo llena de alegría o de miedo? ¿Espera ansiosamente la vida después de la muerte, o teme su destino eterno?
Las respuestas a estas preguntas demuestran nuestro entendimiento y confianza en la Palabra de Dios. Tenemos las promesas de Jesucristo y sabemos adónde iremos después de morir. Según las garantías personales del Señor, podemos regocijarnos con la confianza de que nuestro destino eterno está asegurado mediante nuestra fe en Él.
El cielo es real; y si usted es un creyente en Jesucristo, ¡el cielo es para usted!
¿CUÁNDO EXPERIMENTAREMOS EL CIELO?
Para el creyente, el Cielo es un sinónimo de la Casa del Padre. Ese es nuestro destino eterno y llegaremos allí después de nuestra muerte o del regreso del Señor para llevarse a los redimidos, antes de la Tribulación.
Sabemos que los creyentes van al cielo cuando mueren porque Jesús se lo prometió a uno de los dos criminales que colgaban con Él en la cruz. Cuando uno de los ladrones profesó fe en Jesús, Él le respondió: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Desde ese día hasta hoy, todo creyente que muere va a estar en el Paraíso (Cielo) con Jesús, en comunión con Él y esperando la venida de Su reino final.
Pero viene un día en el futuro cuando Jesús se llevará a Su iglesia antes del comienzo de la tribulación. Cada creyente en la tierra será llevado al Cielo y ese evento desencadenará el comienzo de la Tribulación de siete años para las personas no salvas que quedan en la tierra.
Es posible que le hayan enseñado erróneamente que el rapto no es un evento real, o que el rapto tiene lugar a la mitad o al final del período de tribulación de 7 años. Ambas enseñanzas malinterpretan el plan de Dios para Su iglesia.
Primero, la iglesia no se menciona en ningún relato del período de la Tribulación, de los capítulos 4-19 de Apocalipsis. Por eso, entendemos que la iglesia no será parte de la Tribulación—un tiempo de increíble ira desatada por Dios sobre la humanidad.
Segundo, Dios ha prometido claramente a Su iglesia que no experimentaremos Su ira. El apóstol Pablo escribe a los creyentes tesalonicenses: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:9). El apóstol Juan registra esta promesa del Señor a la iglesia creyente: “Por cuanto habéis guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto” (Apocalipsis 3:10).
El creyente puede estar seguro de que estos siete años los pasaremos con Él en el Cielo, en la Casa del Padre.
¿CÓMO SERÁ EL CIELO?
El cielo también se describe como una hermosa ciudad, a veces llamada “La Nueva Jerusalén”. Esta ciudad será un lugar de inimaginable riqueza, prosperidad y belleza, superando con creces todo lo que hemos experimentado o visto antes.
Tenga en cuenta que cuando Juan describe el Cielo, no se enfoca en calles de oro, jardines lujosos o pilares imponentes. Él escribe sobre la pieza central del Cielo: nuestro Salvador, sentado en Su magnífico trono.
“Al instante yo estaba en el Espíritu, y he aquí, un trono estaba en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Apocalipsis 4:2). A partir de este punto, Juan realmente se esfuerza por describir la gloria y la majestad que se le permitió presenciar.
Por ejemplo, Juan intenta describir la luz que emana del trono, pero su comparación con las joyas ornamentales de la tierra no logra representar adecuadamente el resplandor brillante que ve. Este es el mismo resplandor que hizo brillar el rostro de Moisés, obligándolo a usar un velo por algún tiempo (Éxodo 34:29-33).
Querido creyente, lo más destacado del Cielo no será nuestro cuerpo glorificado, ¡aunque eso será una bendición! No será nuestro reencuentro con amigos y familiares, ¡aunque serán significativos! ¡No será la ausencia de pecado, aunque eso será liberador!
Lo más destacado del Cielo será la presencia de nuestro Dios, una presencia que finalmente podremos ver con nuestros propios ojos y adorar con nuestras voces desde ese momento hasta la eternidad.
Este artículo ha sido traducido y adaptado con el consentimiento de su autor.