Lección 11: Cuando la Vida es Injusta

Pasaje Bíblico: Eclesiastés 3:16-17

¿Alguna vez ha sentido que los mentirosos, los tramposos y los criminales siempre parecen salirse con las suyas? En Eclesiastés, el rey Salomón hizo la misma observación. Lamenta que la gente malvada parece ganar, pero también concluye que Dios será el juez final de todos los hechos realizados en la tierra. Sí, el juicio está por llegar y sólo hay dos resultados posibles: culpable o perdonado.

Introducción

Cuando era pequeño, seguramente no se tardó mucho tiempo para aprender algunas importantes lecciones sobre la vida. Probablemente aprendió una de esas lecciones cuando lo llevaron al parque, o la primera vez que salió al patio de recreo. La lección es que la vida no es justa. Los niños más grandes no compartían los columpios ni le pasaban la pelota cuando usted estaba en una buena posición.

Tal vez tuvo hermanos o hermanas mayores, que disfrutaron enseñándole que la vida no es justa cada vez que podían.

Tal vez sus padres tampoco ayudaron mucho. Puede que no jugaran muy limpio con usted. Un teólogo llamado Rodney Dangerfield, solía decir: «Cuando era niño, mis padres se mudaban mucho, pero yo siempre los encontraba».[i]

El problema es que la vida no se volvió más justa cuando se graduó de la primaria. Todos descubrimos tarde o temprano, que somos miembros de una raza injusta, la raza humana.[ii] El que hace trampa en el trabajo termina consiguiendo la promoción. La gente buena no gana automáticamente. A veces los inocentes se llevan la culpa y a los culpables no siempre los atrapan.[iii]

Y la verdad es que eso nos molesta.

El capítulo 2 de Romanos nos dice la razón. El apóstol Pablo nos informa que tenemos la ley de Dios escrita en nuestro corazón y conciencia. Lo que esto significa es que vaya donde vaya en el mundo, todos tienen un sentido innato del bien y del mal, una brújula moral (Romanos 2:15).

Un autor lo expresó así: «Nuestro anhelo de justicia está profundamente integrado a nuestra forma de pensar y de sentir». Tenemos este deseo de justicia creado por Dios. De hecho, la única vez que esto cambia, es cuando lo detiene la policía por pasarse un semáforo en rojo. En ese momento, de repente, usted no quiere justicia, quiere misericordia.

Pero lo cierto es que todos tenemos el deseo innato de que los errores del mundo sean corregidos, y por eso cuando usted escucha en las noticias que se ha hecho justicia, algo en su corazón y en su mente dice: “¡Que bien! ¡Así es como debe ser!”

Así me sentí al ver la noticia de un caso sin resolver que finalmente se aclaró. A principios de los años sesenta, una joven desapareció de las calles de una pequeña ciudad del estado de Illinois, en Estados Unidos. Encontraron su cuerpo pocos días después, dejando a su familia conmocionada y abrumada de dolor, junto con un profundo deseo de que se hiciera justicia. Los detectives acabaron elaborando una lista de algo más de cien posibles sospechosos; pero ninguno de ellos resultó ser el asesino. Entre ellos había un joven de 17 años que vivía en el vecindario, pero ya que su madre dijo que él había estado con ella la noche en cuestión, nunca lo entrevistaron. Sin embargo 55 años después, en su lecho de muerte, la madre confesó que había mentido y que eso la había atormentado todos esos años

El caso se reabrió, pero ahora aquel joven tenía 72 años. Ya que las huellas de ADN no cambian con la edad, todas las pruebas forenses coincidieron. Lo condenaron a cadena perpetua. Pasaría el resto de su vida en prisión. Y hay algo en nosotros que aplaude y se alegra por esto, diciendo: «Bien. No se salió con la suya. Se hizo justicia».

Lo que parece molestar a Salomón mientras continúa escribiendo en su diario de vida es que hay demasiada gente en el mundo que parece salir impune de un asesinato o de cualquier crimen contra Dios y los hombres, sin importar cuán leve o grave sea la falta.

Le invito a abrir conmigo su copia del diario de Salomón. Estamos en el capítulo 3 de Eclesiastés donde Salomón ahora describe este inquietante problema.

El Problema

Retomemos nuestro estudio en el versículo 16:

Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad… (Eclesiastés 3:16a).

Salomón observa cómo es la vida debajo del sol. Ahí está de nuevo su expresión favorita para una vida sin reconocer a Dios. Así es la vida en el planeta Tierra sin Dios, donde los hombres y las mujeres llevan sus propias cuentas.

Y observe que Salomón no sólo está escribiendo sobre algo que escuchó de los funcionarios de su palacio. No está escribiendo sobre algo que leyó en el periódico “La Voz de Jerusalén”. No, Salomón nos dice: «Déjenme contarles sobre lo que veo visto con mis propios ojos. Soy testigo de estas cosas. No van a creer lo que vi».

Aunque no nos da ejemplos específicos de injusticia e inequidad debajo el sol, Salomón nos dice que lo ha presenciado.

Y quiero destacar que el hecho que alarma a Salomón es que fue testigo de la maldad, y que esto no ocurrió en un callejón oscuro en la ciudad. No, lo que preocupa tanto a Salomón, no es el hecho de que exista maldad en su pueblo, sino que haya maldad en el lugar de juicio. Observe el énfasis: ¡allí impiedad! En el lugar donde debe impartirse la justicia, hay injusticia… donde se supone que se castiga al malo, allí se hace maldad.

El lugar de juicio es una referencia a una corte, un juzgado, un tribunal de justicia. Es el último lugar donde uno quisiera ver maldad. No esperamos ver injusticia en el tribunal de justicia, tal como no esperamos que un juez reciba coimas de un criminal, o que un abogado tergiverse los hechos, y un testigo mienta bajo juramento, y un miembro del jurado venda su voto, y una persona inocente sea hallada culpable, o una persona culpable sea puesta en libertad.[iv]

Salomón está diciendo: «¡No es justo! Así no es como se supone que funciona».

Trece años antes del nacimiento de Cristo, el emperador romano estableció una diosa como símbolo de la justicia divina. Hoy se la conoce como la Dama de la Justicia, o simplemente “Justicia”. Se puede encontrar a la Dama de la Justicia en todo tipo de contextos, especialmente pintada en las paredes juzgado, o esculpida en algún patio de gobierno e incluso en la punta del techo de algún edificio estatal.

Se la suele representar con tres rasgos distintivos. En primer lugar, tiene los ojos vendados simbolizando la imparcialidad. No importa quién sea usted o de dónde venga, se supone que la justicia es ciega para todo excepto la verdad.

En segundo lugar, en una mano sostiene una balanza para indicar que va a sopesar todas las pruebas de manera justa y equitativa.

Y, en tercer lugar, en la otra mano sostiene una espada que simboliza el hecho de que emitirá un veredicto y hará justicia de forma rápida y definitiva.

Usted va a encontrar a la Dama de la Justicia o alguna variación de ella a través de todo el mundo civilizado, ¿por qué? Porque todo el mundo tiene impreso el deseo divino de que se haga justicia. Hay pocas cosas que nos molestan más en esta vida debajo el sol, que cuando las salas de la justicia se convierten en corredores de la corrupción.[v]

Pero esto no es todo lo que le molesta a Salomón. No sólo ha visto que las salas de justicia se han convertido en corredores de corrupción; sino que ha visto que el lugar de adoración se ha convertido en un lugar de maldad.

Fíjese de nuevo en el versículo 16:

Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad (Eclesiastés 3:16).

Para Salomón, el lugar que representaba el juicio era el tribunal de justicia, y el lugar que representaba la justicia o la rectitud habría sido el Templo. Así que el tribunal de justicia y la casa de Dios estaban colmados de gente malvada que estaba invirtiendo los valores fundamentales de cada institución.

Los hombres que supuestamente debían representar a Dios y la justicia, eran representantes del mal, y la adoración al único Dios vivo y verdadero se estaba deteriorando.

Este versículo me recordó de Nehemías, quien fue el responsable de reconstruir los muros de Jerusalén, y reunir y reubicar a muchos de los judíos exiliados en aquella época. Lo amenazaron y lo ridiculizaron. Incluso intentaron asesinarlo, y en una ocasión lo tentaron a violar la ley insistiéndole que se escondiera en el templo para salvar su vida. Pero él se negó. Más tarde escribió lo que leemos en el capítulo 6 de Nehemías, y es que él sabía que lo estaban tentando a pecara de ese modo con el fin de destruir su reputación. Él lo reconoce, cuando escribe que querían infamarlo y así entorpecer la obra. Nehemías sabía que cualquier error de su parte podía desacreditar la obra de Dios.

Este principio se aplica a la Iglesia y la obra de Dios en cualquier generación. Por eso, entre los requisitos para el diácono y el anciano de la iglesia se encuentran: tener dominio propio, ser prudente, decoroso, irreprensible, no pendencieros ni codicioso de ganancias deshonestas, y una docena de condiciones más registradas en 1 Timoteo y Tito.

¿Por qué tantos requisitos? Porque el mundo al que la iglesia está tratando de alcanzar, puede detectar la corrupción más rápido que la misma iglesia. Y la maldad entre los líderes de la iglesia diluye, disminuye y distorsiona el carácter de Dios y del Evangelio de Cristo. La iglesia debería decirle al mundo que se arrepienta, por lo que es un trágico revés, cuando el mundo comienza a decirle a la iglesia que se arrepienta. Las personas que representan a Dios no deberían cambiar la verdad con la deshonestidad o dobles intenciones.

Hace unos años, salió en las noticias que una organización cristiana prometió construir comunidades enteras en una zona devastada por un huracán; recaudaron 500 millones de dólares con esa promesa. Más tarde se descubrió que sólo habían construido seis casas.[vi] Esto desacredita el Evangelio delante un mundo que observa y asume que todos los cristianos son tan codiciosos como los inconversos, o aún peor.

Por otro lado, los infractores de la ley se alegran de encontrar corrupción en aquellos que representan la ley. En esos casos, la confianza del pueblo en la justicia se ve mermada y distorsionada.

Hace poco, de hecho, se descubrió a un criminal en serie apodado como el «Asesino de California». A finales de la década de 1970, este hombre había robado 100 hogares, abusado de 50 mujeres y asesinado a 13 personas en una terrible ola de crímenes. Ahora, décadas después, unas personas que querían conocer su árbol genealógico enviaron muestras de ADN a una organización. Algo en el patrón del ADN de la familia alertó a una base de datos criminal vinculada al sistema judicial, que avisó a las autoridades y pudieron rastrear el ADN de la escena del crimen hasta el asesino. Lo atraparon… estaba escondido en ese árbol genealógico. Pero para asombro de todos, este asesino de 70 años había vivido y servido durante muchos años como oficial de policía, una persona que supuestamente debía representar la ley.

Salomón básicamente está escribiendo en su diario lo que todos sabemos que es verdad. El problema es que el lugar de adoración ha dado espacio para la maldad, y las salas de la justicia se han convertido en los corredores de la corrupción. Pero, si se mira con un poco más de detención, notará que esto implica un problema más profundo para Salomón: Todos los malos parecen salirse con las suyas. Consiguen salir impunes. No se hacían pruebas de ADN hace 3.000 años ni habían sistemas de vigilancia; así que las posibilidades para cometer asesinatos, corrupción, sobornos, inmoralidad, maldad, hipocresía y todo tipo crímenes sin pagar las consecuencias era exponencialmente más alto.

Setecientos años antes del nacimiento de Cristo, se escribió un documento que se descubrió en el medio oriente. Dice así: «He buscado orden en el mundo; todo está de cabeza; la asamblea divina (los dioses) son incapaces de restablecer el orden.[vii] En otras palabras, la vida es injusta, la injusticia parece estar en el trono y pareciera que a la verdad la sacaron a golpes de la ciudad.

Salomón nos ha descrito el problema, pero continúa en su diario entregando nada menos, que una profecía sobre la solución.

La Profecía

Mire el versículo 17.

Dije en mi corazón: al justo y al impío juzgará Dios – es decir, determinará quién es justo y quién no – porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace (Eclesiastés 3:17).

En otras palabras, Dios ha fijado un tiempo para el juicio. Parece que nada cambia en este injusto y malvado mundo, pero un día el universo gritará la noticia: «Aquí viene el Juez».

¿Quién es Él?

El Apóstol Pablo concluyó su predicación en Atenas, declarando que Dios ha establecido un día en que Su Hijo juzgará al mundo(Hechos 17:31).

Jesús dijo que Su Padre le dio el privilegio de juzgar todas las cosas un día al final de la historia humana como la conocemos (Juan 5:22). El juicio sobre todas las obras de los incrédulos tomará lugar, tal como está registrado en Apocalipsis 19, en lo que el Apóstol Juan describió como el Juicio del Gran Trono Blanco.

¿Sabía Salomón que iba a llegar un día de juicio? ¿Era solo un deseo? ¿Era una simple suposición?

Oh no… él lo sabía.

Él había estudiado la Torá – la ley – y sin duda había memorizado un versículo que debió mantenerlo despierto por las noches hasta que se arrepintió de su maldad más tarde en su vida. Este versículo dice: «¿No hará el juez de toda la tierra lo que es justo?» (Génesis 18:25).

Más tarde Moisés anunció que Dios no permitirá que el culpable quede impune (Éxodo 34:7). Salomón sabía la verdad de que la humanidad tiene una cita agendada con su Dios Creador en algún momento futuro.

¿Lo creía Salomón realmente?

Puede que le sorprenda leer la última anotación que hizo en su diario. En capítulo 12, versículo 14 el Eclesiastés, Salomón escribe:

“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14).

Salomón sabía que un día todos los incrédulos se levantarán de los muertos para comparecer ante el Juez del universo. Las huestes del cielo pronunciarán esencialmente el estremecedor anuncio: «Todos de pie… aquí viene el Juez». Y para total consternación de millones, si no miles de millones de personas, ese Juez no será otro que Jesucristo, el resplandeciente Dios Hijo.

Cuando Dios el Hijo tome Su asiento detrás del estrado, el fallo de esa corte pura y santa revelará incluso los secretos de los corazones de las personas. No habrá parcialidad ni favoritismo.[viii] Será nada menos que justicia absoluta y perfecta.

  • No pasará por alto ningún pecado o secreto, porque Él es omnisciente. Él lo sabe todo.
  • No necesitará testigos porque Él es omnipresente. Él estuvo allí y vio cada crimen y ha discernido cada motivo.
  • No necesitará de ayuda alguna para llevar a cabo Su veredicto eterno de justicia, porque Él es omnipotente. Él es todopoderoso.

Sus juicios serán completos y Su veredicto será eterno. Salomón nos dice en esencia que nadie se va a salir con la suya.

De acuerdo con lo que enseña el resto de la Biblia, usted tiene sólo dos opciones a la luz de la justicia venidera de Dios. Usted estará delante de Dios en su pecado, juzgado como culpable y enviado al Infierno como veredicto justo para los pecadores; o usted le habrá pedido a Jesús que lo salve de la pena justa de su pecado y habrá aceptado el don gratuito del perdón. Usted evitará el juicio del Gran Trono Blanco y, en su lugar, se le concederá la entrada al Cielo.

Estas son sus dos únicas opciones: Culpable o perdonado.

La Biblia dice que está establecido para los hombres que muera una sola vez, y después el juicio (Hebreos 9:27). En otras palabras, después de que usted y yo morimos, no hay tribunal de apelaciones al veredicto eterno de Dios. Usted estará ante Él en su pecado o estará ante Él en su Salvador. El tiempo para apelar a Su misericordia es ahora, mientras usted todavía respira.

Si aún no lo ha hecho, permítame invitarlo hoy mientras aún tiene vida y aliento en sus pulmones; a admitir su culpa, su pecado y reclamar la promesa de que, si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados (1 Juan 1:9).

Confíe sólo en Él y pídale que los salve – porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo (Romanos 10:13).

El problema es que todo el mundo parece salirse con la suya. Oh, pero hay una profecía que dice que nadie se saldrá con la suya. Todo el mundo tendrá una cita con Dios.

  • Para el incrédulo, no habrá apelación.
  • Para los creyentes habrá un abogado, Jesucristo mismo, que pagó la pena completa por cada pecado y crimen contra Dios (1 Juan 2:2).

Por ahora, Salomón escribe en su diario que pareciera como si la gente se está saliendo con la suya, pero de acuerdo con la Biblia y el plan de Dios para la historia de la humanidad, es sólo cuestión de tiempo. Es sólo cuestión de tiempo antes de que Dios ajuste las cuentas y corrija todo mal.

Un famoso presentador de noticias llamado Paul Harvey ilustró este punto, cuando habló de un hombre llamado Gary Tindle que fue acusado de robo. Mientras estaba en la sala del juez Rodríguez en California, Tindle pidió permiso para ir al baño. El juez accedió y Tindle fue escoltado escaleras arriba hasta el baño del segundo piso mientras la puerta del baño era vigilada por fuera. Tindle estaba decidido a escapar. Trepó por unas tuberías exteriores, abrió un panel del techo y empezó a arrastrarse por ese espacio. Había gateado unos nueve metros, cuando los paneles del techo se rompieron con el peso de su cuerpo y cayó al suelo, justamente dentro de la sala que acababa de abandonar. Parecía que iba a escapar, pero sólo tardó un poco más para llegar delante del juez.[ix]

De acuerdo con la Biblia, el único recurso legal que usted tiene a la luz de la venida del Juez del Universo es llegar a un acuerdo extrajudicial antes de comparecer en tribunales. Un acuerdo fuera de la corte. Acepte la oferta de Jesucristo y Él lo perdonará. Él lo va a representar como su Abogado cuando le acepte como su Señor y Salvador.

Logre a un acuerdo fuera de la corte, evite la ira de Dios y en lugar de esto, disfrutará de la gracia de Dios para siempre.

 

 

Este manuscrito es de un sermón predicado el 17/11/2019 por Stephen Davey.

© Copyright 2019 Stephen Davey

Todos los derechos reservados.

 

 

[i] Don Givens, Storms of Life: Ecclesiastes Explained (Xulon Press, 2008), p. 49 

[ii] Adapted from Philip Graham Ryken, Ecclesiastes: Why Everything Matters (Crossway, 2010), p. 100 

[iii] Adapted from Wayne C. Kellis, Life Under the Sun (WestBow Press, 2017), p. 68 

[iv] Adapted from Ryken, p. 101

[v] Adapted from Ryken, p. 101 

[vi] Daniel L. Akin and Jonathan Akin, Christ-Centered Exposition: Exalting Jesus in Ecclesiastes (Holman, 2016), p. 49 

[vii] Stephen J. Bennett, Ecclesiastes, Lamentations (Beacon Hill Press, 2010), p. 89 

[viii] David Jeremiah, Searching for Heaven on Earth (Integrity, 2004), p. 75 

[ix] Adapted from Jeremiah, p. 76