Pasos de la Disciplina en la Iglesia
Escrito por Stephen Davey. Publicado originalmente bajo el título «Steps of Church Discipline«
Entendiendo lo que significa la disciplina de la iglesia, cuándo es necesaria y cuál es la adecuada actitud para aplicarla; es hora de ser prácticos, sobre la forma de ejercerla correctamente.
Ya sea que tenga a alguien en mente que puede necesitar la disciplina de la iglesia o simplemente desea entender mejor esta dinámica, es crucial entender este proceso claramente e implementarlo de la manera indicada. Lo que está en juego (la vida o muerte espiritual de un miembro de la iglesia) es muy valioso, y el riesgo de una mala comunicación, es demasiado grande como para que no tomemos estos pasos en serio.
Hoy deseo exponer cinco pasos para la disciplina en la iglesia:
1. CONSIDERACIÓN PERSONAL
Antes incluso de pensar en confrontar a otro creyente con su pecado, el primer paso de la disciplina de la iglesia, está en examinar honestamente su propio corazón.
Solo un creyente autodisciplinado, uno que busca la intervención de Dios sobre su propio pecado, puede tener la integridad necesaria y evitar la hipocresía al entrar a examinar los pecados de los demás.
Entonces, antes de acercarse a alguien que se encuentre en pecado, ore como el salmista David: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi» (Salmo 51:10). Una vez que usted se encuentra en el espíritu correcto y sólo en ese momento, estará apropiadamente equipado para tratar de restaurar el espíritu de otra persona.
2. CONVERSACIÓN PRIVADA
Con mansedumbre y humildad, acérquese al creyente que usted cree que está en pecado de manera privada. Jesús ordenó este tipo de conversación a solas, cuando les dijo a sus seguidores: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos” (Mateo 18:15a).
Entienda que esta conversación ciertamente no va a ser fácil, y es posible que no tenga la respuesta esperada; pero si el pecado se puede tratar en privado y se logra una restauración, entonces una exposición pública solo causaría más daño.
Aquí le presento algunas sugerencias prácticas para esta conversación privada:
Comience con unas palabras de afirmación. Inicie la conversación indicando su amor por este creyente y comente como usted ha visto crecimiento y desarrollo de su vida espiritual. De esta manera el que está siendo confrontado, entenderá que sus intenciones son buenas al acercarse en amor y será más receptivo a su amonestación.
Sature su amonestación con la Escritura. Debe asegurarse de dirigirse a esta persona con la Palabra de Dios, y no con opiniones personales o basado en sus propios parámetros de moralidad. Deje que sea el Señor mismo quien le diga que está equivocado y no usted.
Comprométase a permanecer al lado de esta persona. Esta conversación no puede ser el fin de su intervención en ese proceso; es apenas el comienzo y ofrézcase a orar, animar, discipular y estar junto al afectado hasta que sea restaurado.
3. CONFIRMACIÓN PRIVADA
Si al confrontarle en privado se encuentra con una negación del pecado o este se rehúsa a arrepentirse, otros creyentes maduros deberían participar en el proceso también.
Es necesario corroborar los hechos a través de llamadas telefónicas, correos electrónicos o conversaciones cara a cara; compartir las preocupaciones y seguir llamando al arrepentimiento a aquel que está en pecado. No se debe subestimar la importancia de que otros creyentes estén involucrados en este proceso. De esta manera, la persona en pecado no tendrá excusa para pensar que usted la está señalando o juzgando a título personal, y verá que muchos en la comunidad de la iglesia están viendo el mismo problema y se lo están tomando en serio.
4. CONFRONTACIÓN PÚBLICA
Observe que este cuarto punto, es el primer paso público para la disciplina en la iglesia. El nombre de esta persona se declara públicamente ante toda la congregación, sólo después de los repetidos y fallidos intentos de varios creyentes maduros de buscar un arrepentimiento y restauración en privado.
El anuncio en público se hará sólo después de oración, debate y el voto unánime de los líderes de la iglesia. Esto no es algo para tomarse a la ligera; la vergüenza y resentimiento que pueden resultar como producto de que sus pecados se conozcan públicamente, no es algo fácil de asumir. Este debe ser el final de un largo proceso acompañado de oración, discusión y búsqueda de la Palabra.
El propósito de este anuncio público, no es para juzgarlo o para que cada miembro de la iglesia lo confronte; es sobretodo un llamado a la oración por parte de la iglesia. El cuerpo unido comienza a orar por el arrepentimiento y restauración de este individuo, y también se compromete a apoyarle incondicionalmente y a darle la bienvenida otra vez a la comunidad, cuando muestre un arrepentimiento genuino.
Significa esto que cada vez que el liderazgo de la iglesia descubre que alguien ha pecado, debe publicar su nombre en el servicio de adoración?. Bueno, si ese fuera el caso, difícilmente habría tiempo para predicar o cantar.
Cada miembro de la congregación peca a diario, y el cuerpo (la iglesia) acumula cientos de pecados cada semana; pero el pecado del que hablamos, se identifica públicamente porque el pecador no se arrepiente.
Luego del anuncio, será responsabilidad de los ancianos, advertir al creyente en pecado, que a menos que evidencie arrepentimiento, el siguiente paso para la iglesia será excluirlo de la misma.
5. CONDENA PÚBLICA
El paso más extremo de la disciplina de la iglesia, solo se utiliza cuando se han agotado todos los recursos disponibles para lidiar con esta persona.
Ahora bien, cuando se hace patente que este pecador no arrepentido ha escogido seguir en pecado por encima de la comunión con el Señor, la iglesia debe remover a ese creyente de la hermandad. Jesús dijo: “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mateo 18:17a).
La mayoría de las iglesias se niegan a dar este último paso aun cuando es necesario, sin ver que al tratar de ser “inclusivas” y “amorosas”, terminan dañando al cuerpo entero.
La iglesia no debe seguir apoyando y dando la bienvenida a una comunidad de personas que no se arrepienten. Al igual que en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, algunas veces es necesaria la inmundicia de una pocilga para despertar a alguien de su situación de pecado y propiciar el deseo de ser restaurado.
Si bien la iglesia tiene que renunciar a la comunión con estas personas, nunca debe dejar de orar por ellas. Nadie está fuera del alcance de Dios, nadie está más allá de Su misericordia y la exclusión de la iglesia, nunca es una decisión de carácter permanente.