Lección Travesía Bíblica

Lección 359: Cuando Dios Se Convirtió en una Pulga

Pasaje Bíblico: Juan 1:4-5, 9-18
Debemos conocer y aceptar a Jesucristo, no en nuestros propios términos, sino por lo que Él se ha revelado a sí mismo: Dios el Hijo. Esta es la gran verdad que nos revela el Evangelio de Juan: que Dios se hizo carne y habitó entre nosotros por nosotros, por nuestra salvación.

Transcripción

En nuestra última Travesía, comenzamos nuestro estudio cronológico por los Evangelios y la vida de Jesucristo. No empezamos con el nacimiento de Jesús porque existía como Dios el Hijo antes de asumir la naturaleza humana.

Aquí estamos en el Evangelio de Juan, capítulo uno, donde ya aprendimos que Jesús es el Verbo, es el logos. Es Dios el Hijo desde la eternidad pasada. También aprendimos que es el agente creador de la Trinidad. Es el logos, la Palabra de Dios que dijo “Sea la luz” y creó el universo.

Ahora, Juan continúa en el versículo 5 diciendo que Jesús era la luz que brillaba en las tinieblas. Jesús no solo dijo esas palabras, al comenzar la creación: “Hágase la luz” (Génesis 1:3), pero Él es la luz, la luz del mundo. Y cuán oscuro está el mundo hoy. Necesita la luz de Cristo.

Y Juan nos da tres reacciones aquí a la luz. Una reacción es que la luz no es reconocida. Él dice en el versículo 10: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”, es decir, no lo reconocieron. ¿Por qué? La Biblia nos dice después que “el dios de este mundo”, a cegado las mentes de los incrédulos (2 Corintios 4:4). Las anteojeras que usa en las personas pueden llamarse escepticismo, ateísmo, pluralismo, falsa religión, pero impiden que las personas vean la verdad de Cristo, para que no reconozcan la luz de Cristo.

Número dos, la luz es rechazada. El versículo 11 nos dice: “A lo suyo vino, y los suyos [el pueblo judío] no le recibieron”. Él era su Mesías, pero lo rechazaron.

Tal vez sepa el dolor del rechazo de amigos o familiares debido a su fe en Cristo. Bueno, quiero que sepa que el Señor sabe cómo se siente. Solo recuerde, están espiritualmente ciegos. Están rechazando la luz.

La luz de Cristo no es reconocida. La luz de Cristo es rechazada.

Pero hay una tercera reacción: la luz de Cristo es recibida por aquellos que creen. Note el versículo 12 que dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Puede ser un miembro de la familia de Dios solamente así: recibiendo a Cristo como su Salvador personal. De hecho, Juan aclara aquí en el versículo 12 que recibirlo significa creer en Su “nombre”.

Esa expresión hace referencia al carácter. El “nombre” es lo que lo representa. Es lo que él o ella es. Así que creer en el nombre de Jesús es confiar en todo lo que Él representa, en quién es. ¿Y quién es Él? Él es Dios. Él es hombre; Es el Creador del universo; El Salvador de pecadores que creen en Él.

Aquí en la introducción de su Evangelio, Juan revela lo que Jesús empacó en Su maleta cuando vino al mundo. Trajo Su divina naturaleza: Él es Dios. Trajo también el poder de demostrar durante Su ministerio que Él es Dios en verdad. Trajo un propósito y un plan para su rechazo. Planeó morir crucificado. Trajo gracia y perdón. Y hasta hoy, para el que cree que Él murió para pagar la pena de sus pecados, Él se convierte en luz en su vida. Él vino a ser la luz y revelar la gloria y gracia de Dios.

Eso es lo que Juan escribe aquí en el versículo 14:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)

El versículo 18 dice que Jesús ha dado a conocer a Dios a la humanidad. Dio a conocer la verdad del Dios vivo. “dado a conocer” traduce la palabra griega exégesis. Exégesis, como verbo, significa “explicar, desplegar, interpretar”. Puede traducirlo aún como “abrir camino”.

Jesús es la “exégesis” de Dios Padre. Él explica quién el Padre es. Incluso abre el camino para que nosotros lo sigamos y lleguemos un día al cielo.

Por eso Jesús dirá: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). En otras palabras, Jesús va a decirle cómo vivir un día con Dios el Padre, y Él es el único que puede llevarle allí. Sin Él no podríamos.

Cuando Marsha, mi esposa, y yo nos mudamos para plantar la iglesia, hace años, comenzamos en una casa alquilada en Raleigh, y sabe que la casa era un desastre. Los antiguos residentes tenían como una docena de gatos, y esos gatos habían vivido en cada habitación.

Me mudé ahí unos días antes de que mi esposa y dos hijos pequeños llegaran a su nuevo hogar. Vino uno de mis hermanos y pintamos prácticamente todo, refregamos cada lugar y aspiramos la alfombra.  

Después desempacamos todo y nos instalamos en nuestro nuevo hogar. Unos días más tarde, mi esposa y yo no parábamos de rascarnos los tobillos. Nos brotaron unos puntitos. 

Una noche, teníamos a nuestros bebés acostados en sus mantas en el suelo. Nos entreteníamos ahí mirándolos. Me incliné a quitar una manchita de la mejilla de uno de ellos, y justo cuando me agaché, ¡esa mancha negra saltó! ¡Era una pulga! Todos esos gatos habían dejado la casa llena de pulgas. 

Contraté a unos limpiadores de alfombras, y no sirvió; las pulgas ahora estaban limpias. Traje a los exterminadores de pulgas, y no daban señales de rendirse. Finalmente fui a la ferretería y compré una pequeña bomba que emitía este humo que mataba a las pulgas. Las instrucciones decían que una bomba se encargaría de nuestra casita. Y le cuento, no hizo nada más que marearlas por un rato. ¡Decidí que había que poner mano dura! Planeábamos salir de la ciudad por unos días. Así que volví a la ferretería y compré, no solo una bomba, sino seis de ellas; una para cada habitación. Después que la familia se metió al coche, entré a la casa y activé las bombas y nos fuimos esperando que nadie llamara a los bomberos. Unos días después, regresamos a casa y ¡ya no había más pulgas!

Ahora debo decirte que no odio a las pulgas. Realmente no me importa si están vivas o muertas, pero no las quiero en mi casa. Me hubiera gustado advertirles: “se viene el día de la bomba. Escuchen, el juicio se acerca, están en peligro. Tienen que salir; Necesitan salvarse de la ira del dueño de esta casa”. ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo les informo? Solo hay una manera: ¡tendría que convertirme en pulga! 

Ahora le digo, odiaría empezar a vivir como una pulga; y para ser perfectamente honesto, nunca en un millón de años renunciaría a lo que tengo para rescatar una casa llena de pulgas. ¡Eso sería humillante! Pero ¿no es eso lo que Dios el Hijo hizo por nosotros? 

La verdad es que no creemos que fue un gran esfuerzo, un gran cambio, que Dios el Hijo se convirtiera en humano y llamara Jesús; Déjame decirle, que Dios el Hijo, que vivió en gloria y esplendor por toda la eternidad, renuncie a todo eso para unirse a la familia de la raza humana, apenas comienza a asemejarse a que uno se convierta en pulga.

Pero lo hizo. Lo hizo para darnos el mensaje de que el fin se acerca. Lo hizo para proveer una manera de escapar de eso, la manera de dejar esta casa de humanidad pecadora y un día ir a vivir a la casa del Padre en el cielo.

El Creador del mundo, Dios el Hijo, se hizo en una pulguita para que aquellos que creen en Su nombre (que creen en quién es Él) tengan la facultad de ser hijos de Dios.

Piénselo: Dios el Hijo se hizo miembro de nuestra familia, para que podamos unirnos por fe a la familia de Dios.