Lección Travesía Bíblica

Lección 365: María Trajo a Su Corderito

Pasaje Bíblico: Lucas 2:21-40

José y María tuvieron un papel único y divinamente planeado por Dios, al igual que todos nosotros. Su experiencia demuestra que Dios es fiel para honrar a los que le son fieles y para animarlos a través del testimonio de otros creyentes.

Transcripción

Mientras estudiamos cronológicamente los eventos de la vida del Señor, quiero pausar un momento y examinar tres eventos. Son eventos que ocurrieron durante la infancia de Jesús. No tenemos mucha información sobre estos primeros años, pero quiero echar un vistazo a lo que si tenemos. Y prepárese. Va a desafiarlo aún más al ver la entrega y confianza demostradas por José y María.

Estamos en el segundo capítulo del Evangelio de Lucas. Aquí vemos unas ceremonias especiales tomando lugar. Comencemos en el versículo 21:

Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido. (Lucas 2:21)

La Ceremonia de Identificación

Me gustaría llamar a esto la ceremonia de identificación. En esos días, los bebés judío varones eran circuncidados al octavo día después de nacer, si es que los padres del bebé querían obedecer la ley. Vemos el mandato de la circuncisión en Génesis 17.

Incluía al niño en la vida social del pueblo hebreo. Se identificaba con la familia de Abraham con esa señal. La circuncisión no era un procedimiento médico solamente, sino una confesión de fe en el pacto abrahámico.

Durante esta ceremonia, los padres anunciaban el nombre del niño. Aquí Lucas dice que se llamó Jesús, Yeshua, que es “el Señor salva” (Mateo 1:21; Lucas 1:31).

Tenga en cuenta que José y María viven bajo una nube de sospecha. De hecho, nunca serán vistos por la comunidad judía como hijos obedientes de Abraham. Todos creen que tuvieron un hijo antes del matrimonio. La gente no creyó este cuento del ángel y la concepción del Espíritu Santo. Aun así, María y José identificaron a su hijo con la familia judía circuncidándolo. Esta es una gran declaración de fe.

La Ceremonia de Redención

Existe otra ceremonia, y la quiero llamar: la ceremonia de redención. Lucas escribe en el versículo 22: ” Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor”. En el momento, María viene para purificarse, después de dar a luz a un bebé, también “presentan [a Jesús] al Señor”.

El versículo 23 dice que los primogénitos “se llamarán santos al Señor”. El primogénito le pertenecía al Señor de una manera única debido a su protección de los primogénitos de la plaga final allí en Egipto. Y eso conmemora su rescate (Véase Éxodo 13:1-2, 11-16; Números 18:15-16).

Así, José y María viajan a Jerusalén y pagan el precio de redención de cinco siclos al sacerdote. Así ceremonialmente lo vuelven a comprar del servicio en el templo. La ceremonia reconocía que Dios es dueño de las familias de Israel a través del primogénito.

La Ceremonia de Purificación

Ahora, la tercera ceremonia que encontramos es una que me gustaría llamar: la ceremonia de purificación. Según Levítico capítulo 12, después de dar a luz a un hijo varón, la madre quedaba ceremonialmente impura por cuarenta días. Al final de ese período, debía presentar una ofrenda para su propia purificación. La típica ofrenda era un cordero. Si la pareja era pobre y no podía comprar un cordero, podían ofrecer al sacerdote uno pájaros en su lugar. Se nos dice en el versículo 24 que María y José trajeron “un par de tórtolas, o dos palominos”. 

Tenga en cuenta que este sacrificio de purificación no es para Jesús o José, sino para María. Dar a luz al Hijo de Dios no hizo que María fuera pura. De hecho, según la ley, después del parto, era ceremonialmente impura. No podía acercarse al templo por cuarenta días. Después de ese tiempo, debía traer esta ofrenda.

Entonces, cuando María llegó, la habrían llevado a la puerta más cercana al santuario, al otro lado del Patio de las Mujeres. María habría presentado sus dos pajaritos al sacerdote y habría observado, probablemente con Jesús en sus brazos y José parado allí también el sacrificio de estos pájaros.

Desde lejos, vería el humo de esta ofrenda ascendiendo a Dios. Piense en esto, ella era muy pobre para traer un cordero, pero ella estaba sosteniendo al Cordero de Dios, el sacrificio final por toda la impureza y pecado para aquellos que creen en Él.

La Profecía de Simeón

Ahora, José y María podrían haberse ido del templo inadvertidos, pero Dios el Padre tenía dos personas ese día para testificar que el Mesías había llegado.

Uno de ellos es Simeón, a quien Lucas describe en 25 como “justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel”.

Algunos eruditos bíblicos creen que Simeón era hijo del famoso rabino Hillel y padre de Gamaliel, quien luego sería el tutor del apóstol Pablo. Simeón se convirtió en el miembro principal del Sanedrín en el año 13 d.C. Creo que es interesante que el comentario judío llamado la Mishná, que tiene historias de todos los grandes rabinos, no hace una mención de este Simeón ¿por qué? Me imagino que se debe a que su fe en Jesucristo sería motivo de vergüenza.[1]

Es irónico que el nombre de Simeón signifique “oír”, y ¿sabe qué? Él estaba escuchando a Dios. De hecho, el versículo 26 dice que el Espíritu de Dios le prometió que no moriría hasta que viera al Mesías. Un autor lo describe así: Simeón ha venido al templo todos estos años, mirando a todos los bebés, pensando: ¿Es este el indicado? ¿Tal vez ese es el niño? Me pregunto si él es el Mesías.[2]

No sabemos cuántas veces Simeón se había decepcionado, pero ahora conoce a José y María. Y el Espíritu de Dios le informa a Simeón que este pequeñito Jesús es realmente el Mesías. Lucas escribe en el versículo 27:

Y [Simeón] movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios. (Lucas 2:27-28)

Él anuncia: ¡Finalmente! ¡Este es el Mesías!

El Testimonio de Ana

Eso llama la atención de alguien más en el templo, una viuda de ochenta y cuatro años y profetisa llamada Ana. Por décadas había pasado sus días, esperando y orando por el Mesías. Y ahora se acerca a María y José, y reconoce a Jesús por quién es él y les cuenta a todos los que puede allí en el templo que el Redentor ha en verdad llegado.

Esto pronto se convierte en una celebración y una ruidosa conmoción. Debe haber creado un gran alboroto en los atrios del templo. Allí está Simeón, sosteniendo un bebé. Él dice en el versículo 29:

Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
(Lucas 2:29-32)

Miren a toda esta gente aquí: Está José y María y Ana y esta curiosa y creciente multitud, y luego está Simeón sosteniendo al bebé en sus brazos, dedicándolo sin duda con lágrimas corriendo por sus mejillas. Y, note esto, los sacerdotes cumplen sus deberes, y el pueblo trae sacrificios y en medio de todo esto está ocurriendo este evento. El Cordero de Dios es dedicado, el sacrificio final por el pecado. Y luego, Lucas escribe en el versículo 39:

Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. (Lucas 2:39-40)

Aun cuando era un bebé, Jesús es anunciado como el Redentor del mundo. Puedo imaginarme al viejo Simeón levantado a Jesús en sus brazos y ha anunciado: “He visto al Salvador con mis propios ojos. Ahora puedo morir en paz”.

Y en verdad, esa declaración aplica para nosotros hoy. No estamos preparados para morir hasta haber visto, por fe, al Salvador. No estamos listos para andar por el valle de sombra de muerte hasta haber confiado el pastor Jesús – no solo el cordero, sino el pastor – la Luz del Mundo, el Salvador para todos los que crean en Él.

 

[1] John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), pág. 78.

[2] R. Kent Hughes, Luke: Volumen 1 (Crossway, 1998), 95.